David and Luz Maria Ernst – Serving the Lord in Venezuela

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La Palabra da vida

Jesucristo revivificó al hijo de la viuda de Naín en nuestra lectura del Evangelio de hoy (Lucas 7:11-17) por el poder de su propia Palabra. El profeta Elías en nuestra lectura del Antiguo Testamento (1 Reyes 17:17-24) también revivificó el hijo de una viuda pero no por su propia palabra o propio poder. Jesús sigue llamando a los pecadores de la muerte espiritual a la vida eterna por medio de su Palabra. Cristo no sólo derrotó la muerte temporal sino también la muerte eterna.

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Oremos en oscuridad y silencio

Gracia y paz en nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

¿Por qué lamentamos el fallecimiento de nuestros seres queridos cuando existe la esperanza de la resurrección? ¿Está mal estar triste cuando alguien muere? No, no es. En este mundo, la muerte sigue siendo nuestro enemigo, el último enemigo a vencer. La muerte todavía significa una separación de aquellos a quienes amamos, por un tiempo indeterminado. Pero sí tenemos esa esperanza de vida eterna para nosotros y los demás. Pero ¿y si hubiésemos visto morir a Jesús y todavía no recibiéramos esa esperanza?

Hoy queremos volver al tiempo del primer Viernes Santo para tratar a sentir las emociones que tenían las personas que presenciaron aquellos eventos. Imagínense que están presentes mientras que el sol subía aquella mañana, viendo a los que colgaron a Jesús en la cruz clavándole clavos en las manos y los pies. Para dejar una impresión en las mentes y los corazones de los creyentes de la terrible consecuencia del pecado y la magnitud del sacrificio de nuestro Salvador, la iglesia cristiana antigua tenía un culto especial el Viernes Santo llamado Ténebre. La palabra significa “oscuridad.” Se llama así por la ceremonia hecha en el culto de apagar las velas sobre el altar. El apagar de las velas, una por una, simboliza como disminuía la lealtad de los discípulos y amigos de Jesús. Las velas también representan la luz del mundo disminuyendo mientras que Cristo iba sufriendo y muriendo. Esto nos hace recordar los eventos que terminaron en la oscuridad total del Viernes Santo. Este culto fue adaptado de un orden antiguo del siglo octavo. Una vela queda alumbrada hasta el final del culto simbolizando que aún en medio de la muerte y la oscuridad, las fuerzas de la muerte y el infierno no prevalecerán contra la luz de Cristo.

Mientras se apaga cada vela, reflexionamos sobre las siete últimas palabras de nuestro Señor desde la cruz. Pensó primero en los demás y pidió a su padre que perdonara a quienes lo crucificaron. Prometió el paraíso al ladrón que moría a su lado. Confió su madre al amado apóstol Juan. Clamó a Dios en la desesperación, la desesperación que merecemos, pero que nunca experimentaremos, sino que murió creyendo que se había hecho la voluntad de Dios.

Cristo murió por nosotros, pero también nos dio ejemplo de cómo seguirlo en el camino de la cruz. Vamos a orar en la oscuridad y el silencio de Dios.

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Listos para morir, primero vivir para Cristo

Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. Juan 21:22 Si Dios nos concede el privilegio de sufrir por causa de Cristo, no debemos a murmurar, sino estar dispuesto a sacrificar nuestras vidas por Jesús. Sin embargo, no somos llamados a buscar a la muerte, sino a vivir por Cristo y dar testimonio a su evangelio en nuestras vocaciones.