David and Luz Maria Ernst – Serving the Lord in Venezuela

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El testigo en el cielo y la tierra

En nuestra epístola de hoy (1 Juan 5:4-19), encontramos uno de los versículos más importantes de la Biblia sobre la doctrina de la Trinidad y uno de los testimonios más importantes de la plena deidad de Jesucristo. “Porque tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra; el Espíritu, el agua, y la sangre; y estos tres concuerdan en uno” (1 Juan 5:7-8).

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La historia no ha terminado

En nuestro Evangelio de hoy (Marcos 16:1-20), San Marcos resume todo lo sucedido desde el Domingo de Pascua hasta la Ascensión, cuarenta días después. Pero la historia no termina ahí, y esa es realmente la buena noticia para nosotros. Entonces el evangelista da su versión de la gran comisión que leemos en Mateo 28:16-20. En ambos pasajes, nuestro Señor autoriza formalmente a los apóstoles a predicar la buena nueva de salvación no solo a los judíos, sino a personas de todas las tribus y naciones.

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El lavamiento del corazón

Después del lavamiento de los pies de sus discípulos (Juan 13:1-15), nuestro Señor comenzó su discurso de despedida (capítulos 13-17). Esto evidencia que, aunque algunas sectas han adoptado el lavamiento de pies como ritual, nuestro Señor no ordenó que se hiciera como lo hizo con el sacramento. Lo hizo para ilustrar un punto. “Pues si yo, vuestro Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que también vosotros hagáis como yo os he hecho. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.” Esta fue una lección más para los apóstoles antes de ser crucificado. Tras tres años de formación, estaban listos para ejercer el Oficio de las Llaves mediante la predicación y la administración de los sacramentos. Artículo XIV de la Confesión de Augsburgo dice así: “Nadie debe enseñar públicamente en la iglesia ni predicar ni administrar los sacramentos sin llamamiento legítimo”. También nos enseña la importancia de la preparación para recibir la Santa Cena. Como San Pablo dice en nuestro epístola (1 Corintios 11:23-32), “De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere la copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, come y bebe juicio para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor.”

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El Rey cabalgando sobre una asna

En Juan 12:12-17, San Juan cita a Zacarías 9:9. “He aquí, tu Rey vendrá a ti, Él es justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.” En su siguiente versículo (Zacarías 9:10), Zacarías dice que el Rey sentado en un asno (o asna) “hablará paz a las naciones”. Jesús no entró Jerusalén como conquistador sentado en caballo de guerra, sino como un Rey que intenta hacer un tratado de paz.

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En nuestra epístola de hoy (Hebreos 9:11-15), leemos que el oficio sacerdotal de Cristo era en todo sentido más excelente que el de los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento. Mediante la expiación anual realizada por los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento, el pacto de Dios con su pueblo escogido se renovaba constantemente e Israel era continuamente restituido en sus derechos como pueblo del pacto. Pero Cristo, mediante su sangre y su salvación, estableció un nuevo pacto, por el cual somos hijos de Dios, pueblo de Dios, mediante el cual tenemos la seguridad de la misericordia de Dios y tenemos comunión con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, no solo por un año o por unos pocos, sino por toda la eternidad. Todo esto fue posible gracias a la muerte de Cristo, que tuvo lugar para la liberación de las transgresiones cometidas bajo el primer pacto.