David and Luz Maria Ernst – Serving the Lord in Venezuela

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No nos cansemos de hacer el bien

Según nuestro evangelio para hoy (Mateo 6:24-34), hay que buscar la salvación de Dios, luego confiar la vida diaria a su cuidado amoroso. Nosotros hacemos esto haciendo uso fiel de la Palabra y los sacramentos, a través de los cuales el Espíritu Santo nos lleva a arrepentirnos de nuestros pecados y a confiar en Jesús para el perdón. Convencidos de nuestra salvación, entregamos nuestras vidas diarias en las manos de nuestro Padre celestial.

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Sano en cuerpo y alma

Diez leprosos habían sido curados (Lucas 17:11.19). Sólo uno, al ver el milagro que se había hecho en su caso, sintió la necesidad de volver atrás y dar gracias al sanador. Sólo a éste Jesús le dijo: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”. Había sido sanado en alma y cuerpo. Sus pecados fueron perdonados y su cuerpo fue sanado.

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La herencia de gracia

Toda la Ley de Moisés no era sólo la ley moral, establecida en los 10 Mandamientos, sino un conjunto completo de reglas y normas para todos los aspectos de la vida. Si los antiguos esclavos y refugiados de Egipto seguían estas reglas, Dios haría de ellos una gran nación. En nuestra epístola de hoy (Gálatas 3:15-22), San Pablo dice que esta ley no fue la base de la promesa de Dios a Abraham. El Señor le prometió a Abraham que no sólo sería el padre de una gran nación, sino que también de su linaje nacería el Salvador de todas las naciones prometido a Adán y Eva en Génesis 3:15. Siempre que Dios habla del Mesías, lo hace en singular. En este único descendiente de Abraham, en Jesús de Nazaret, son benditas todas las naciones.

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La fe es por el oir

San Pablo en nuestra epístola (Romanos 10:9-17) dice que la fe del corazón, tal como se expresa en la confesión de la boca, trae justicia y salvación al creyente, y ninguna obra ni mérito tendrá este resultado. Así como el corazón y la boca se mencionan juntos, así la fe y la confesión no pueden separarse: la fe debe encontrar su expresión en la confesión de la boca.

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No somos justificados por nuestro propio estándar

En Lucas 18:9-14, Jesús compara los dos clases de personas, los que se creen justos y los justificados por la misericordia de Cristo. En Cristo Jesús todas las personas son justificadas. La fe acepta lo que ya es así. Pero primero el individuo debe confesar su pecado y creer en lo que Cristo hizo por él. El Evangelio le trae la reconciliación y el perdón de Dios. La justicia viene al hombre pecador no por sus propias obras o méritos, sino por la gracia de Dios a través de la fe.

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Ahora el periodo de gracia, luego el juicio

Nuestro evangelio de hoy, Lucas 19:41-48, no es la única vez que Jesús profetizó la destrucción de Jerusalén y su Templo en el año 70 d.C. Pero, solo nuestro texto de hoy dice que Jesús lloró por la ciudad que rechazó y sigue rechazando lo que puede traer paz entre los hombres y Dios. Sus lágrimas muestra claramente a Jesús como ser humano. Jesús llora por la ceguera presente y el desastre futuro. El Príncipe de paz se ve obligado a predicar guerra, asedio y destrucción porque los hombres de Jerusalén habían convertido el Templo, la casa de oración, en una cueva de ladrones. Sin embargo, con incansable compasión, Jesús sigue enseñando todos los días en el Templo.

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Una parábola de opuestos

Jesús dice en Lucas 16:1-13 que la gente de este mundo es astuta en estas cosas, pero es una astucia egoísta que no se preocupa por otras personas. El mayordomo engañó a todos para obtener todo para sí mismo. El objetivo del cristiano en ese sentido debe ser el opuesto del administrador injusto. Su pensamiento principal es el gozo y la seguridad de la vida eterna. Es sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Pero, así como el administrador malvado usó todo con astucia para su propio beneficio en esta vida solamente, así también el hijo creyente de Dios debe usar todo con astucia como Dios quiere que lo use en su propio beneficio para la vida venidera.

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Cuidado con los lobos rapaces

En el Evangelio para hoy, nuestro Señor habla de “los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15-23). Cuando San Pablo estuvo a punto de dejar a los pastores en Asia Menor, también llamó lobos salvajes a los falsos maestros. Pueden llegar a los cristianos desde fuera. Surgen también en la iglesia, en las congregaciones. ¿Por qué la gente le teme a los lobos? Porque los lobos matan y devoran a la gente, en este caso no a la carne y los huesos, sino de las almas de los creyentes.

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La paga del pecado y el don de Dios

Debido a que Jesús es el segundo Adán, que pasó la prueba que el primer Adán falló, nuevamente tenemos la promesa de vida eterna, como dice San Pablo en nuestra epístola (Romanos 6:19-23). El don gratuito de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. No hay aquí una palabra, ni una pizca de recompensa: la vida eterna es un don gratuito e inmerecido de gracia y misericordia. Sin embargo, la paga del pecado es muerte; Lo que el pecado, como gobernante tiránico, paga a sus súbditos, es su debida y merecida recompensa. No se puede permitir que el pecado quede sin recompensa, es decir, sin castigo. Para un pecador confirmado, esperar el perdón sin expiación es esperar lo imposible, es decir, que Dios, al final, resultará injusto.

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La ley que hace sabio el sencillo

Salmo 19 dice así: “La ley de Jehová es perfecta, convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.” Sin el arrepentimiento del pecado y la luz de Cristo en el corazón, la ley es una gran carga que no queremos soportar, no condena y produce ira contra Dios. Pero si hemos recibido la nueva vida en Cristo, ya no obedecemos la ley por temor al castigo. Más bien, debido a que Dios nos ha amado sin medida, hacer su voluntad es nuestro gozo. La ley nos proporciona una guía hacia este fin. Permanezcamos en Él por la fe para que podamos producir mucho fruto para glorificar a nuestro Padre celestial y beneficiar a nuestro prójimo en la tierra. Estos hechos no nos salvan pero prueban que tenemos fe en nuestro Señor Jesús.