David and Luz Maria Ernst – Serving the Lord in Venezuela

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Cuidado con los lobos rapaces

En el Evangelio para hoy, nuestro Señor habla de “los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” (Mateo 7:15-23). Cuando San Pablo estuvo a punto de dejar a los pastores en Asia Menor, también llamó lobos salvajes a los falsos maestros. Pueden llegar a los cristianos desde fuera. Surgen también en la iglesia, en las congregaciones. ¿Por qué la gente le teme a los lobos? Porque los lobos matan y devoran a la gente, en este caso no a la carne y los huesos, sino de las almas de los creyentes.

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La paga del pecado y el don de Dios

Debido a que Jesús es el segundo Adán, que pasó la prueba que el primer Adán falló, nuevamente tenemos la promesa de vida eterna, como dice San Pablo en nuestra epístola (Romanos 6:19-23). El don gratuito de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. No hay aquí una palabra, ni una pizca de recompensa: la vida eterna es un don gratuito e inmerecido de gracia y misericordia. Sin embargo, la paga del pecado es muerte; Lo que el pecado, como gobernante tiránico, paga a sus súbditos, es su debida y merecida recompensa. No se puede permitir que el pecado quede sin recompensa, es decir, sin castigo. Para un pecador confirmado, esperar el perdón sin expiación es esperar lo imposible, es decir, que Dios, al final, resultará injusto.

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La ley que hace sabio el sencillo

Salmo 19 dice así: “La ley de Jehová es perfecta, convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo.” Sin el arrepentimiento del pecado y la luz de Cristo en el corazón, la ley es una gran carga que no queremos soportar, no condena y produce ira contra Dios. Pero si hemos recibido la nueva vida en Cristo, ya no obedecemos la ley por temor al castigo. Más bien, debido a que Dios nos ha amado sin medida, hacer su voluntad es nuestro gozo. La ley nos proporciona una guía hacia este fin. Permanezcamos en Él por la fe para que podamos producir mucho fruto para glorificar a nuestro Padre celestial y beneficiar a nuestro prójimo en la tierra. Estos hechos no nos salvan pero prueban que tenemos fe en nuestro Señor Jesús.