David and Luz Maria Ernst – Serving the Lord in Venezuela

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La historia no ha terminado

En nuestro Evangelio de hoy (Marcos 16:1-20), San Marcos resume todo lo sucedido desde el Domingo de Pascua hasta la Ascensión, cuarenta días después. Pero la historia no termina ahí, y esa es realmente la buena noticia para nosotros. Entonces el evangelista da su versión de la gran comisión que leemos en Mateo 28:16-20. En ambos pasajes, nuestro Señor autoriza formalmente a los apóstoles a predicar la buena nueva de salvación no solo a los judíos, sino a personas de todas las tribus y naciones.

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El lavamiento del corazón

Después del lavamiento de los pies de sus discípulos (Juan 13:1-15), nuestro Señor comenzó su discurso de despedida (capítulos 13-17). Esto evidencia que, aunque algunas sectas han adoptado el lavamiento de pies como ritual, nuestro Señor no ordenó que se hiciera como lo hizo con el sacramento. Lo hizo para ilustrar un punto. “Pues si yo, vuestro Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que también vosotros hagáis como yo os he hecho. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió.” Esta fue una lección más para los apóstoles antes de ser crucificado. Tras tres años de formación, estaban listos para ejercer el Oficio de las Llaves mediante la predicación y la administración de los sacramentos. Artículo XIV de la Confesión de Augsburgo dice así: “Nadie debe enseñar públicamente en la iglesia ni predicar ni administrar los sacramentos sin llamamiento legítimo”. También nos enseña la importancia de la preparación para recibir la Santa Cena. Como San Pablo dice en nuestro epístola (1 Corintios 11:23-32), “De manera que cualquiera que comiere este pan, o bebiere la copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, examínese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, come y bebe juicio para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor.”

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El Rey cabalgando sobre una asna

En Juan 12:12-17, San Juan cita a Zacarías 9:9. “He aquí, tu Rey vendrá a ti, Él es justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.” En su siguiente versículo (Zacarías 9:10), Zacarías dice que el Rey sentado en un asno (o asna) “hablará paz a las naciones”. Jesús no entró Jerusalén como conquistador sentado en caballo de guerra, sino como un Rey que intenta hacer un tratado de paz.

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En nuestra epístola de hoy (Hebreos 9:11-15), leemos que el oficio sacerdotal de Cristo era en todo sentido más excelente que el de los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento. Mediante la expiación anual realizada por los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento, el pacto de Dios con su pueblo escogido se renovaba constantemente e Israel era continuamente restituido en sus derechos como pueblo del pacto. Pero Cristo, mediante su sangre y su salvación, estableció un nuevo pacto, por el cual somos hijos de Dios, pueblo de Dios, mediante el cual tenemos la seguridad de la misericordia de Dios y tenemos comunión con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, no solo por un año o por unos pocos, sino por toda la eternidad. Todo esto fue posible gracias a la muerte de Cristo, que tuvo lugar para la liberación de las transgresiones cometidas bajo el primer pacto.

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Habiendo dado gracias, los repartió

De la asociación de la Pascua y el alimentación de cinco mil surgen paralelos con la figura de Moisés y con el pan de cielo que usó para alimentar a los israelitas en el desierto. Como Moisés, una gran multitud siguió a Jesús, y como Moisés, Jesús subió una montaña. “Y Jesús tomando los panes, habiendo dado gracias (εὐχαριστήσας, eucharistēsas), los repartió a los discípulos…” (Juan 6:11). Encontramos el mismo verbo, εὐχαριστήσας en las palabras de la institución de la Santa Cena (Mateo 26:27; 1 Corintios 11:23-24). Por lo tanto, otro nombre para la Santa Cena es Eucaristía. Además, en Juan 6:35, tenemos la primera de las famosas declaraciones del Señor que comienzan con las palabras, Yo soy. “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.”

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El que no es conmigo, contra mí es

En el evangelio del tercer domingo en Cuaresma (Lucas 11:14-28), Jesús respondió a las acusaciones que él echa afuera los demonios por el poder del diablo mismo. Los advirtió que es tonto y peligroso a tratar de interpretar su poder sobre los demonios en otra manera de su victoria sobre Satanás y la venida del reino de Dios. Al blasfemar a Jesús, sus adversarios cuestionan a todos los que exorcizan demonios. “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama”.

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No nos dejas caer en la tentación

En nuestra clase de catecismo, cuando estudiamos la Sexta Petición del Padrenuestro, “No nos dejes caer in la tentación”,
distinguimos entre la tentación en dos sentidos. Primero, cuando Dios pone a prueba nuestra fe para acercarnos a él. Segundo, las tentaciónes son intentos de nuestros enemigos espirituales para alejarnos de Dios y sus caminos. El domingo pasado leímos Mateo 4:1-11, la tentación de Jesús. Fue el diablo quien tentó a Jesús, pero aquí Jesús, como Dios, tienta a la mujer cananea (Mateo 15:21-28), tal como
Dios tienta a Jacob en Génesis 32:22-32. Que quiere decir, el propósito en ambos casos fue para profundizar la fe de Jacob y la mujer cananea. Pero a menudo, en la prueba de la fe, parece que Dios no escucha nuestras oraciones, o incluso lucha contra nosotros. La clave para pasar la prueba es no rendirse, sino continuar orando con total confianza en la Palabra de Dios.

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No sólo de pan el hombre vivirá

¿Por qué ayunó Jesús? (Mateo 4:1-11). Nuestro Señor no despreció las bendiciones de la comida y la bebida como algo pecaminoso en sí mismo. Realizó su primer milagro al convertir el agua en vino en una fiesta de bodas. El ayuno a menudo era expresaba tristeza por el pecado personal o el pecado de la nación. Pero Jesús no tenía pecado y no necesitaba arrepentirse. Ya se había sometido al bautismo de arrepentimiento de Juan y había recibido la aprobación de su Padre y el don del Espíritu Santo. Tal vez sea mejor pensar en Jesús ayunando en su dedicación a orar por nosotros los pecadores y meditar sobre el camino al que fue llamado.

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Tocad la trompeta…¿o no?

“Tocad trompeta en Sion, proclamad ayuno, convocad asamblea. Reunid al pueblo, santificad la reunión, juntad a los ancianos, congregad a los niños y a los que maman, salga de su cámara el novio, y de su tálamo la novia” (Joel 2:15-16), Pero note la insistencia en un arrepentimiento sincero y completo. El rasgarse las vestiduras, como el vestirse de cilicio y sentarse sobre ceniza (Jonás 3:1-10), era un símbolo externo de arrepentimiento. La práctica del ayuno no es obligatoria para los cristianos, pero tampoco está prohibido realizarlo como una expresión de humildad y dependencia de Dios. Nuestro Señor mismo ayunó durante 40 días y 40 noches. No criticó los actos externos en Mateo 6:16-21, sino los falsos motivos que tenían los fariseos, no sólo para el ayuno, sino también para la oración y la limosna. “Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” Asimismo, la imposición de cenizas es útil como expresión de sincero arrepentimiento y fe.

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Cuando venga lo que es perfecto

En nuestra epístola de hoy (1 Corintios 13:1-13), San Pablo dice así: “La caridad nunca deja de ser; mas las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; mas cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” El apóstol habla en el capítulo 12 de diversos dones del Espíritu Santo. Algunos dones del Espíritu no son dados a todos, como la profecía y los milagros de sanidad. En capítulo 13, Pabla revela los done mejores y el camino más excelente. “La caridad nunca deja de ser”, tampoco fe y esperanza. Son dones del Espíritu dados a todos los cristianos para siempre y más allá.